en Política

Contra la idea de que el mundo es como es, se reflexiona aquí sobre los mecanismos del pensamiento único, del neoliberalismo y de la mundialización (los tres ejes del tiempo en que vivimos), con la intención de comprenderlos mejor y contribuir al discurso crítico que se va haciendo por debajo de la realidad espectacular del mundo.

El Pensamiento único

Aunque el término es de nueva creación, conviene recordar que durante la mayor parte de la historia, la humanidad ha vivido supeditada a alguna forma de ‘pensamiento único’.Prácticamente todas las civilizaciones humanas (quizá con la única excepción -parcial- de la griega) tuvieron un conjunto de verdades socialmente sancionadas y de obligada creencia y cumplimiento. Estas creencias, presentadas con formato religioso, constituían la forma en que los hombres adscritos a esa cultura percibían el mundo y su funcionamiento.

Esa única verdad era propagada por los representantes de los grupos privilegiados y tendía a la perpetuación de esos privilegios. Salir fuera de ese circulo de la verdad no sólo estaba prohibido, sino que para la inmensa mayoría era -a resultas de una formación sistemática en la conformidad- simplemente, impensable. Entre nosotros la civilización cristiana constituye una formulación especialmente representativa de este ‘pensamiento único’  tradicional.

A partir del siglo XVII, con la aparición del racionalismo y por una conjunción compleja de factores que escapan a este texto, el monoteísmo de la verdad única parece fragmentarse en un conjunto de verdades, de ‘ismos’ que luchan por extenderse en las conciencias de los ciudadanos. La mente humana ha descubierto que puede elaborar diferentes concepciones del mundo y se lanza -filosofía, ciencias- a la investigación y reconstrucción de la realidad. Con la democratización del papel impreso, los medios de difusión de las ideas parecen equilibrarse en parte y las diversas teorías sobre lo que es y sobre lo que debe ser se extienden y compiten entre sí.

Ciertamente, las nuevas razones en lucha repiten en buena parte los males de la verdad única a la que buscan sustituir, por lo cual, en las revoluciones que se suceden, los privilegios se limitan a cambiar de manos en vez de desaparecer… Pero no se trata aquí de hacer la crítica de la razón naciente sino de notar que durante ese par de siglos la producción y contraste de distintos pensamientos es un proceso que parece ir generalizándose.

A principios del siglo XX -antes de que pudiéramos ver a la razón depurarse críticamente y acaso dar sus frutos- van sentándose las bases de un retroceso a épocas pasadas de irracionalidad e imperio de una única manera de entendernos a nosotros mismos y al mundo.

La clave de este siglo de involución puede situarse en el desarrollo de los medios de comunicación de masas. Y esto no en cuanto a la rapidez de los medios electrónicos ni a la maravilla técnica que implican; lo esencial es la asimetría brutal que imponen entre el emisor y el receptor de mensajes. En el siglo XIX el libro, el panfleto, el discurso -medios asequibles a muchos- tuvieron una influencia social. Hoy, el cine, la televisión, son tan inasequibles y unidireccionales como lo fue la catedral en la edad media.

Noam Chomsky («El control de los medios de comunicación» en Cómo nos venden la moto Icaria,1995) apunta que la primera operación moderna de propaganda llevada a cabo por un gobierno fue la instrumentada por el ejecutivo de Woodrow Wilson en 1916 (a través de la llamada Comisión Creel) a fin de inculcar a los despreocupados norteamericanos el odio hacia Alemania y la necesidad de que los Estados Unidos tomaran parte en la Primera Guerra Mundial. Desde entonces el increíble poder de las modernas herramientas de conformidad social no ha hecho sino aumentar y perfeccionarse.

Ya en los años 20 del pasado siglo ideólogos como Walter Lippman (citado por Chomsky) habían sentado las bases de un nuevo diseño de la conformidad social. La teoría de Lippman divide a los ciudadanos en dos clases diferenciadas: Los que asumen algún papel activo en cuestiones de administración y gobierno (a este grupo se accede sirviendo a los poderosos e interiorizando -aquí la necesidad de la educación privada- las doctrinas que mejor corresponden a los intereses de estos) y por otro lado el ‘rebaño desconcertado’, es decir, la generalidad de la población, demasiado estúpida para comprender los temas de relevancia.

Sería peligroso que los miembros del ‘rebaño’ tomaran algún papel activo, por lo que su función es la de ser espectadores de la acción de gobierno, librándose periódicamente de su carga en algún miembro de la clase especializada. Entretanto el rebaño ha de ser entretenido y conducido y sus miembros mantenidos en el aislamiento que impida una organización de la gente en defensa de sus intereses.

Para Lippman, es misión de la élite la fabricación de consenso, esto es, el pastoreo mediático del rebaño incapaz de comprender por sí mismo cuáles son los intereses comunes. Dejando aparte las disquisiciones universitarias e intelectuales, y aunque parezca disparatado, esta ha sido y es hoy la teoría social dominante.

El Neoliberalismo

De la misma manera que el ‘pensamiento único’ antiguo presentaba la sociedad aristocrática como la única sensata e imaginable, así los medios masivos hoy nos presentan el sistema capitalista en que está organizado el sistema de privilegios de nuestro tiempo como connatural a la especie humana, como único posible.

Un impresionante conjunto de instituciones, fundaciones, grupos de estudio y foros internacionales, con financiación ilimitada y el respaldo casi total de los medios de comunicación, trabajan incansablemente desde hace décadas (las más antiguas de estas instituciones datan de los años 20 del pasado siglo; la mayoría, de los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial) para elaborar y extender aquellas doctrinas que, sirviendo directamente al conglomerado empresarial-estatal, puedan presentarse al público como hechos naturales obvios e irrefutables.

Ignacio Ramonet («Pensamiento único y nuevos amos del mundo» en Cómo nos venden la moto Icaria,1995) define el pensamiento único como ‘la traducción a términos ideológicos de pretensión universal de los intereses de un conjunto de fuerzas económicas, en especial las del capital internacional’. Y añade:

«Se puede decir que está formulado y definido a partir de l944, con ocasión de los acuerdos de Bretton Woods. Sus fuentes principales son las grandes instituciones económicas y monetarias -Banco Mundial, Foro Monetario Internacional, Organización de Cooperación de Desarrollo Económico, Acuerdo General sobre Tarifas Aduaneras y Comercio, Comisión Europea, (…), etc.- quienes, mediante su financiación, afilian al servicio de sus ideas, en todo el planeta, a muchos centros de investigación, universidades y fundaciones que, a su vez, afinan y propagan la buena nueva.(…)
En casi todas partes, facultades de ciencias económicas, periodistas, ensayistas y también políticos, examinan de nuevo los principales mandamientos de estas nuevas tablas de la ley y, usando como repetidores los medios de comunicación de masas, los reiteran hasta la saciedad, sabiendo a ciencia cierta que, en nuestra sociedad mediática, repetición vale por demostración.»

En la misma línea y refiriéndose al neoliberalismo, Susan George (Citado en Joaquín Estefanía, La nueva economía, Debate, 2001) escribe:

«…empezó a construirse a partir de la nada después de la Segunda Guerra Mundial ante una indiferencia generalizada. Pero algunas décadas después, gracias a la inteligencia estratégica de sus promotores y los cientos de millones de dólares de financiación (…) se ha convertido en pedestal del pensamiento único. Los neoliberales siempre supieron que había que empezar por transformar el panorama intelectual. Y es que, antes de que tengan consecuencias sobre la vida de los ciudadanos y de la ciudad, las ideas tienen que ser propagadas. Hay que permitir que los que las producen, publican, enseñan y difunden lo hagan en buenas condiciones. Por eso desde l945, el movimiento neoliberal no ha dejado de reclutar a pensadores y proveedores de fondos y dotarse de medios financieros e institucionales importantes.»

En resumen de Ramonet, estos serían los principios del neoliberalismo-pensamiento único:

  • «Lo económico prima sobre lo político. Se coloca a la economía en el puesto de mando (un marxista distraído no renegaría de este principio); una economía, desde luego, liberada de la ganga de lo social.
  • El mercado, cuya mano invisible corrige las asperezas y disfunciones del capitalismo, y muy especialmente los mercados financieros, cuyos signos orientan y determinan el movimiento general de la economía.
  • La competencia y la competitividad, que estimulan y dinamizan a las empresas llevándolas a una permanente y benéfica modernización.
  • El libre intercambio sin límites, factor de desarrollo ininterrumpido del comercio y, por consiguiente, de la sociedad.
  • La mundialización, tanto de la producción manufacturera como de los flujos financieros.
  • La división internacional del trabajo, que modera las reivindicaciones sindicales y abarata los costes salariales.
  • La moneda fuerte, factor de estabilización.
  • La desreglamentación, la privatización, la liberalización.
  • Cada vez menos estado y un arbitraje constante en favor de los ingresos del capital en detrimento de los del trabajo.
  • Indiferencia con respecto al costo ecológico.«

Es decir, resumiendo lo visto hasta ahora: Los grupos de interés económico y político, han visto acaso peligrar su posición con las pretensiones emancipadoras de la razón, que con sus construcciones utópicas amenazaba con trastocar el orden social. Gracias al desarrollo tecnológico, en especial al aplicado a la propagación de mensajes, ven llegado el momento de regresar a aquel estadio de conformidad adormecida de las mayorías que sostuvo durante milenios los privilegios de sus antecesores en la cima de la pirámide social.

Para lograr este objetivo resta, sin embargo, un obstáculo aún no considerado: la autonomía política de los estados nacionales, que con sus medidas proteccionistas pueden intentar favorecer la producción propia de bienes, dificultando así la mecánica de la obtención masiva de beneficios de las grandes corporaciones comerciales.

La Mundialización

Pensamiento único, neoliberalismo y mundializiación

Quizá pocos fenómenos puedan parecer más naturales que la globalización. El aumento de las relaciones entre los pueblos, el contacto e intercambio constantes entre las naciones son, desde luego, presentados como algo espontáneo y benéfico para el conjunto de la humanidad. Pero -en el sentido que hoy le damos a la palabra- la globalización es uno de los elementos más intencionadamente construidos y que mejor sirven al beneficio a costa de la miseria humana y ecológica, de todos cuantos integran el cuadro del pensamiento único.

En su estudio del Nuevo Orden Mundial (Fragmento editado en folleto, sin identificar), Martín Lozano detalla la naturaleza y actividades de un nutrido grupo de agentes institucionales en pro de la mundialización neoliberal de la economía, desde el Instituto Aspen (1949) hasta la Conferencia de Davos (1971), pasando por el Bilderberg Group (1954) o el Club de Roma (1968).

Pero quizá el más representativo de todos ellos sea la Comisión Trilateral, nacida en Kyoto (1975) de la mano de las firmas bancarias, comerciales e industriales más poderosas del planeta.

Si bien los objetivos públicos de la Comisión se acogen a la retórica ‘humanista’ de la globalización: ‘Todos los pueblos forman parte de una comunidad mundial, dependiendo de un conjunto de recursos. Están unidos por los lazos de una sola humanidad y se encuentran asociados en la aventura común del planeta Tierra’ (Declaración de Filadelfia); sus auténticos propósitos son consolidar la hegemonía del bloque desarrollado sobre los países del Tercer Mundo e impedir que éstos puedan obstaculizar el futuro de ese predominio.
Ya en 1975, Z. Brzezinski -uno de los principales constructores de la ideología de nuestro siglo- señalaba que ‘el eje esencial de los conflictos ya no se sitúa entre el mundo occidental y el mundo comunista, sino entre los países desarrollados y los que aún no lo están’ y pedía -como hoy pide Bush- ‘el establecimiento de un sistema internacional que no pueda verse afectado por los ‘chantajes’ del Tercer Mundo’.

La pretensión mundializadora, que también anima a instituciones como el FMI, GATT, Maastricht, etc., fue claramente enunciada por David Rockefeller en palabras igualmente recogidas por Lozano: ‘De lo que se trata es de sustituir la autodeterminación nacional que se ha practicado durante siglos en el pasado por la soberanía de una élite de técnicos y de financieros mundiales.’

Este proyecto de gobierno mundial de las corporaciones era claramente explicado en la Conferencia de Davos de l971: ‘En los próximos treinta años, alrededor de trescientas multinacionales geocéntricas regularán a nivel mundial el mercado de los productos de consumo, y no subsistirán más que algunas pequeñas firmas para abastecer mercados marginales. El objetivo deberá alcanzarse en dos etapas: primeramente, diversas firmas y entidades bancarias se reagruparán en el marco multinacional; después (…) esas multinacionales se acoplarán al objeto de controlar, cada una en su especialidad, el mercado mundial.’

Nada más alejado, como vemos, al fenómeno natural e irreversible que con frecuencia se nos presenta. La mundialización no es sino la extensión del poder del gran capital a cada rincón del planeta, por encima de la autonomía política de los estados -vease el papel de la Unión Europea- y en claro perjuicio de los ciudadanos, especialmente de los del Tercer Mundo. Y es un proceso planificado y llevado a la práctica por los agentes de las grandes corporaciones -junto con el resto de las transformaciones neoliberales en favor de los privilegiados- y transformado en ideología popular, en la nueva verdad que nadie puede dejar de ver, por la acción sistemática de los medios de comunicación.

Final

Para terminar, algunas reflexiones que quedan abiertas:

Ya que la fabricación del consenso mediante la manipulación mediática es un mecanismo de tipo irracional -que apela y utiliza constantemente las instancias afectivas, inconscientes, del individuo- parece que la manera de contrarrestar la extensión del pensamiento único es el estudio independiente y el análisis crítico; es decir una recuperación (pero evitando los excesos del racionalismo) de aquella actividad de razonamiento que puso ya en peligro en siglos pasados los privilegios medievales.

Las concepciones del mundo contrapuestas al poder vigente se extendieron en su momento gracias a la popularización de los materiales impresos. El estado y las corporaciones contestan con la creación y manejo de estructuras mediáticas unidireccionales que les aseguran el control de la opinión. ¿No representará hoy la popularización de internet (que permite publicar a bajo coste) una posibilidad de cortocircuitar los medios masivos y difundir hechos y razonamientos contrarios al consenso neoliberal? De ahí la importancia de crear espacios comunicativos de insumisión. Sin embargo el medio virtual, que es estructuralmente abierto, se va cerrando rápidamente por el monopolio comercial y publicitario…

Hemos visto que tanto el proceso de la creación de consenso mediático en torno al capitalismo como la mundialización de la economía, son fenómenos largo tiempo planificados, en los que se han invertido sumas colosales y que requieren la complicidad de complejas estructuras técnicas y de auténticos ejércitos de expertos, periodistas, escritores, políticos… Esto parece indicar que no se trata de mecanismos naturales e inevitables en la evolución del mundo social. Aunque un enfoque estructural es sin duda pensable, la realidad que vivimos parece claramente construida de manera voluntaria, laboriosa e interesada, por determinados sectores de la sociedad. Contra un fenómeno natural es inútil combatir, pero contra la acción voluntaria y perjudicial de otros (aunque esté respaldada por medios descomunales) es pensable la crítica y la negación.

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