en Política

El pasado abril, en un interesante artículo titulado “Occidente en su momento populista”, ofrecía Íñigo Errejón una suerte de hoja de ruta o argumentario, con sus ideas para orientar la marcha de la formación morada. Dicha hoja de ruta, pese a la derrota de Errejón en el congreso de febrero, parece ser la que realmente se ha seguido, si prestamos atención a las posiciones de los últimos meses: suavización del discurso con clara ‘vocación de mayorías’, aprovechamiento de los vientos ‘patrióticos’ allí donde soplan, y orientación hacia el gobierno efectivo (Castilla La Mancha, etc…).

El texto introduce o reformula diversos conceptos y giros discursivos para pilotar adecuadamente el momento populista que el autor detecta / promueve (es una misma operación); y muestra también cómo rebatir las críticas que a ese populismo pueden llegarle de uno y otro lado.

Aquí solo comentaremos aquello que parece ser el mensaje principal de Errejón en dicho artículo: que junto a la acción negativa, de ataque (es decir, la «construcción de voluntad popular señalando a un adversario»), es preciso también presentar un proyecto positivo, una promesa capaz de aquietar al pueblo indignado una vez que haya impulsado a Podemos a situaciones hegemónicas. Así pues, hay que:

«…entender todo discurso populista como construido en una tensión entre la denuncia de una minoría privilegiada e incapaz, nociva para el bienestar general, y la promesa de la reconciliación de la comunidad una vez el poder político esté al servicio ya no del país oficial sino de los intereses del país real«.

Según Errejón, el peligro de descuidar este lado positivo es que otros movimientos populistas pero de tendencia derechista podrían ser los que conecten con las emociones populares y les den forma.

El proyecto nacional-popular

La primera novedad de esa promesa de futuro es que, además de la habitual mención de las “necesidades de las mayorías”, queda ahora caracterizada como un proyecto “nacional-popular”, introduciendo la referencia a la identidad nacional como elemento eficaz en el proceso de construcción de la voluntad popular.  Se propone, pues:

«…levantar proyectos transversales y nacional-populares que ofrezcan amplios y duraderos acuerdos sociales con las necesidades de las mayorías olvidadas en el centro».

Hay aquí un fuerte contraste con lo que solía ser el internacionalismo de la izquierda, aquel de “¡Proletarios de todos los países, uníos!”. En nuestros días, por el contrario, es el capitalismo quien ha culminado una especie de internacionalización, si bien de naturaleza bien diferente a la soñada. En lugar de propiciar la unión entre los pueblos, parece que fenómenos como la globalización cultural y económica, la deslocalización de empresas, los movimientos migratorios masivos…, pueden generar una percepción de los extranjeros como invasores o competidores frente a los cuales conviene ‘hacer piña’.

Y en relación con este ‘cerrar filas’ en torno a la propia tribu, nos presenta Errejón el anuncio (y desiderátum) de un “regreso del deseo de pertenecer a una comunidad y afirmar valores colectivos”. En nuestro mundo individualista y mundializado por el neoliberalismo, se trataría entonces de aprovechar el tirón de ese deseo de pertenencia nacional, la fuerza de lo tribal, para aglutinar en un pueblo a la ‘muchedumbre solitaria’ de la postmodernidad.

Esta decidida incorporación del sentir nacional viene, para el autor, avalada por la experiencia de Le Pen en Francia. Ya que ella ha sabido encabalgarse en el sentimiento nacional para ofrecer al electorado, junto con el discurso de la indignación, también una visión promisoria de la ‘Francia auténtica’:

«Por su parte, Marine Le Pen no es su padre. No es sólo una dirigente escandalizadora y polarizadora -que también- sino que (…) se ha preocupado de librar un combate narrativo para apropiarse de las nociones de la tradición republicana francesa, así como de ser quien pueda enarbolar la bandera de ‘volver a poner a Francia en orden'».

Además, lo nacional identitario no es una línea de pensamiento que precise una labor específica de convencimiento para instalarse, sino que se trata de una emoción siempre disponible (y radicalizable) en la población. En palabras de Errejón:

«Los proyectos nacional-populares están más lejos de la noción de «ideología» y más cerca de la de «sentido común», y se aplican a construir o resignificar mitos populares, enraizados en el imaginario colectivo, que puedan ser movilizados contra las élites pero que sean al mismo tiempo portadores de una promesa creíble de seguridad».

Nos encontramos ante un debate que está en pleno desarrollo en todo occidente (ver el artículo de Mark Leonard sobre los casos de EEUU y Alemania). En dicho texto se definen así las dos caras del dilema:

‘En La ruta a algún lugar: la revuelta populista y el futuro de la política, el periodista británico David Goodhart sostiene que la política actual ya no es una batalla entre la izquierda y la derecha, sino entre “personas instruidas y móviles que ven el mundo desde ‘cualquier lugar’ y que valoran la autonomía y la fluidez” y “personas más arraigadas, generalmente no tan instruidas, que ven el mundo desde ‘algún lugar’ y priorizan los vínculos grupales y la seguridad”’.

La disyuntiva que Goodhart caracteriza como ‘cosmopolitismo vs. política identitaria’, Errejón la reformula como dicotomía entre ‘proyectos neoliberales vs. proyectos comunitarios’. Y por supuesto se decanta por lo comunitario, nacional, identitario…, siempre y cuando en ese campo sean hegemónicas la fuerzas de izquierda y no sus homólogos de derechas (Le Pen, etc…). Cabe plantearse la duda de si –al menos en Europa- los partidarios de Errejón, el público al que se dirige, no pertenecerán más bien al tipo de “personas instruidas y móviles que ven el mundo desde ‘cualquier lugar’ y que valoran la autonomía y la fluidez”… Pues es claro que esa contradicción sería un obstáculo para la formación desde la izquierda de esos “proyectos nacional-populares”.

En todo caso, en España hemos visto ya una creciente referencia a lo ‘patriótico’ por parte de Podemos, a la vez que un respaldo (con calculada ambigüedad) al sentir nacional independentista en las zonas en que éste constituye un sentimiento fuerte y anti estatal. El apoyo al derecho a decidir en Cataluña es un ejemplo muy actual de ello. Pocas cosas más eficientes para construir pueblo que la unión frente al opresor o al enemigo exterior.

En síntesis, para Errejón la fuerza emotiva de lo identitario nacional es una palanca de movilización poderosa y debe intentar incorporarse a las maniobras discursivas que buscan conectar con la identidad popular y moldearla en la dirección de transformaciones progresistas.

Restablecimiento del orden

Junto a la mencionada potenciación de lo nacional como palanca de identificación y movilización popular, llama la atención el énfasis puesto por el autor en la idea de ‘reconciliación’. Y llama la atención porque sabemos que es básica en Podemos la concepción de la política como antagonismo, así como un rechazo firme al consenso. Por ejemplo, dice Errejón:

«Es posible que los socialdemócratas no entiendan que en tiempos de crisis no hay construcción de voluntad popular sin señalar a un adversario (…). ‘En una sociedad consensuada no queda lugar para la rebeldía’, cantaba en 1994 Habeas Corpus (…). De este modo, creyéndose más demócratas que nadie por defender el consenso, estarían desarmando ideológicamente a los sectores que sufren, incapaces de señalar una causa, un responsable (y adversario), una frontera que delimite los campos y construya el nosotros».

Ahora bien, esa rebeldía y búsqueda de culpables no se presentan como una actitud constitutiva, duradera en el tiempo; sino que una vez alcanzado el poder por ‘las fuerzas del cambio’, la rebeldía ha de aquietarse, dándose una reconciliación de la ciudadanía con el nuevo sistema y sus líderes. Dice el autor (el resaltado es mío):

«…las fuerzas que aspiran a construir un pueblo (necesariamente nuevo) -y no a engordar una facción del mismo- portan siempre un proyecto de reconciliación de la comunidad -o al menos de su 99%, la parte que ha de volverse el todo: plebs que ha de volverse populus. Es decir, una promesa de restablecimiento del orden».

Así pues, una vez que los líderes nacional-populares estén en el poder, se producirán unos «amplios y duraderos acuerdos sociales con las necesidades de las mayorías olvidadas en el centro». Se entiende que esas necesidades serán perfectamente definidas e interpretadas por los nuevos gobernantes que, en bloque con el 99% del pueblo, crearán un orden ya duradero y sin antagonismos.

Parece que a Errejón se le escapa que determinar esas necesidades y esos acuerdos es justamente lo que constituye la vida política democrática, con posiciones e intereses a menudo muy contrapuestos. Por lo tanto es inviable extraer la disensión y el conflicto de esos “duraderos acuerdos sociales”. A no ser, claro está, que se fijen por ley determinadas posiciones (organización económica estatalizada, por poner un ejemplo) excluyendo así las posiciones que pudieran ser antagónicas (digamos la economía liberal, de libre mercado). Y aunque un sistema de este tipo se organice pensando en ‘las necesidades de las mayorías’; hay que evaluar la merma que ello podría suponer para el pluralismo político. Ya que sí sería deseable que en la “promesa de restablecimiento del orden” planteada por Errejón tuviera cabida la alternancia de personas y proyectos…

Llama la atención esa sociedad reconciliada en un 99% con el nuevo orden nacional-popular… Pues es bien sabido que cualquier espacio social o político se distribuye en la forma de una campana de Gauss, dividida en dos áreas de peso equiparable. El «We are the 99%» de Occupy es un buen slogan, y acertado en términos de reparto de riqueza, pero desde luego no en cuanto a los posicionamientos ideológicos o políticos. ¿Qué pasará con el sector –no muy lejano al 50%- de ciudadanos partidarios de opciones políticas muy diferentes a las propugnadas por las ‘fuerzas de cambio’? ¿Será posible que la construcción del ‘sentido común’ alcance en efecto al 99% de la población? ¿Mediante qué procesos de formación de opinión, o acaso de elementos coercitivos? Por mucho que quede espacio para debatir los detalles organizativos, prácticos, de los asuntos, ¿no podrá calificarse ese sentido común básico y casi omnipresente como un ‘pensamiento único’?

Resulta inquietante para el lector la idea de que la mayoría social reconciliada ha de ‘volverse el todo’… Esa totalización de la sociedad, parece sugerir aquella situación de máximo consenso, sin oposición ni rebeldía, que tan criticada era antes. Curiosamente, se diría que el párrafo citado viene a iluminar este otro texto de Álvaro García Linera, Vicepresidente de Bolivia, perteneciente a su artículo «Siete lecciones para la izquierda«, publicado por Le Monde Diplomatique en enero de 2016 (el resaltado es mío):

«Entonces surgieron Hugo Chávez (Venezuela), Rafael Correa (Ecuador), Luiz Inácio Lula da Silva (Brasil), Evo Morales (Bolivia). No cayeron del cielo, sino que aparecieron en medio de la agitación. Sin embargo, transformar los parámetros culturales no basta: tarde o temprano, este proceso tiene que llevar a afrontar la prueba de fuego, a deshacer al adversario para permitirle a la nueva hegemonía propagarse y consolidarse«.

El párrafo parece sugerir también un proceso en dos tiempos: una primera fase de la hegemonía populista, la cultural (es decir, lograr que la ideología del partido se transforme en el ‘sentido común’), que permite simplemente llegar al poder; y luego, en una segunda fase, esa otra hegemonía ya «consolidada», una vez que se haya logrado «deshacer al adversario». Expresión ésta, preocupante cuando menos… ¿No será quizá ese «deshacer al adversario» equivalente a «volverse el todo» el pueblo reconciliado con el orden nuevo y sus líderes…?

Por supuesto el pluralismo queda incorporado en el artículo de Errejón, de manera explícita, a ese nuevo orden:

“…se reconoce el carácter democrático y contingente de la comunidad, lo que supone una importancia decisiva de las instituciones y contrapesos que reflejen, protejan e integren la pluralidad existente”.

Pero luego se dice que “el orden a construir (…) es un equilibrio entre los deseos de la nueva mayoría y las instituciones republicanas para su contrapeso”. Como si esa nueva mayoría fuera algo más estable que una simple mayoría electoral momentánea, que a las próximas elecciones podría modificarse… Adicionalmente diremos que junto a la mención de las instituciones republicanas, se echa de menos la referencia a las correspondientes virtudes republicanas; no sea que el papel del pueblo se limite a constituirse como tal, asumiendo un sentir y un ‘sentido común’ construidos discursiva / mediáticamente a tal fin, y obrar luego colectivamente en consecuencia.

Es frecuente en cualquier grupo de personajes humanos, que el papel del rebelde James Dean sea más simpático y atractivo que el del albañil laborioso y disciplinado que levanta los muros de la casa. Este puede ser el caso del proyecto nacional-popular de restablecimiento del orden que presenta Errejón en este texto. Por un lado es muy de agradecer que se comprometa a aportar ideas constructivas, positivas, que nos ayuden a imaginar un posible futuro; pero por otro lado, sus propuestas de corte nacional o ‘nacionalista’, y de reconciliación y restauración del orden al 99%, traen a la mente imágenes escasamente seductoras, incluso por momentos inquietantes. Seguro que esas ideas pueden construirse como más sexys con una mejor explicación, más detallada, que deshaga los equívocos y oscuridades de la propuesta.

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