en Filosofía, Notas y recortes

La pandemia y la muerte

Resulta que han pasado (sólo) cinco años de la pandemia… Me ha sorprendido ver lo olvidada que la tenía. Y los recuerdos que me han vuelto con esto de las conmemoraciones, lo lejanos que me parecen. Veo claramente el acierto de Ortega y Gasset al decir que somos ante todo futurición, que estamos volcados hacia adelante como los atletas en los tacos de salida, la vista puesta en la meta, aunque gustamos tanto del uso melancólico del pasado como autobombo, como nostalgia o como justificación.

Pero sí, al final han venido muchos recuerdos: la pizza al horno mientras alguien daba por el patio un concierto de violín, la primera mascarilla hecha con un papel de cocina y una gomita, la búsqueda diaria de datos en el mapamundi de la universidad Hopkins, el tenso dramatismo en el supermercado, el ambiente como bélico de las calles vistas a través del vaho en las gafas que causaba la dichosa mascarilla… Y ante todo, la suerte de haberlo vivido sin problemas materiales y en compañía de un ser querido.

Me ha causado fuerte impresión sentir que, mientras yo generaba aquellas imágenes, aquellas experiencias nada traumáticas, miles de personas sufrían y morían realmente, trágicamente. Sí, doy gracias por la buena fortuna, pero también me golpea la conciencia aterradora de que la muerte nos roza así, sin preaviso y, en un cara o cruz, pasa de largo o aplasta nuestra total fragilidad. La misma sensación, por cierto, que tuve el día de la DANA…

 

féretros durante la pandemia

La pandemia y la muerte indigna

Me abruma la indigna muerte de tantos ancianos. Creo que falta por formular, entre tantas ya inútiles y fallidas, la utopía que pueda desterrar algo tan tristemente inhumano. Se echa ahora en falta la caridad y la compasión cristiana en los dirigentes que se reclaman de dicha tradición, pero son los que más han perdido aquellas virtudes al convertirse a un individualismo economicista, que prima la rentabilidad sobre la vida humana, apartando la vista del sufrimiento.

En contraste desalentador con ese desprecio por los viejos, que aumenta a ojos vistas; me choca la grotesca permisividad hacia los jóvenes: a un quinceañero ya detenido por apalear a su propio padre, no se le recluye sino que queda en libertad de escapar a la calle, cometer diversos robos, consumir drogas duras… para terminar matando a golpes a su cuidadora. «Miré los muros de la patria mía….»

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